Siervos de la Gleva, es decir de la tierra, se consideraban a los campesinos, labradores, llamados siervos, que se ocupaban de las tierras de su dueño, al que llamaban señor, recibían a cambio una humilde vivienda, un pequeño terreno adyacente, algunos animales de granja y protección ante los forajidos y los demás señores.
Los siervos debían entregar parte de su propia cosecha como pago y estaban sujetos a muchas otras obligaciones e impuestos.
Estos dependían de las tierras de los señores.
No tenían independencia fuera de la tierra.
Si se vendían las tierras también entraban en el lote.
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